Textura negra cubría la
infinita nube
Tormenta salada y oscuridad, silencio
y escalofrío
A lo lejos, pero nunca más
cercana, la tenue luz del Grisol colorea un círculo blanco apenas visible.
Mientras el temporal de nieve
borra las huellas del viento, un candil pierde su inútil batalla.
No hay luz en el alma del
hombre que venza al abismo del paso.
Miles de años pasaron desde el
último sol visto en las montañas de los elevados. Solo los benditos por el
creador, como el Grisol, pueden burlar a la noche más oscura.
Por un camino de escarcha
inquebrantable; cuyo nombre es impronunciable para mortales, un grupo de
hermanos sucumbe.
Solo la demencia o una empresa
épica conduce a las mentes a transitar rutas malditas.
El frío, como diminutas púas,
erosiona el espíritu de los vivos.
El trío caminaba despacio,
vacilando con cada paso. Sus mentes errantes viajaban al inconsciente anhelando cálidos placeres.
Una mente simple, recuerda al
whisky de Graben y su constatada fama de vencer, incluso, al gélido aliento del
Señor del hielo.
Otra mente, más pasional y
salvaje, rememora el grueso pelaje de una amada jamás olvidada, quien (atisbó a
suspirar) avivó en sus adentros fuegos divinos, capaces de forjar emociones tan
puras como para dar brillo a ojos tan negros como el vacío.
La última mente: Una colmena
sin reina, un ejército sin general, un reino sin rey; los tres, pensaba, eran
genios, y los genios tienen una sola regla: al frío, al temor y a la
impaciencia, se les vence con fuego, osadía y sabiduría… y un buen tarro de
Makrés hirviente.
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