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Reflexiones

     La vida es complicada. Esto es una realidad. Mires por donde lo mires, no hay una manera de explicarla con sencillez. Por supuesto, hay quienes dicen "La vida es esto, la vida es aquello" y probablemente tendrán razón, pero por motivos -aunque filosóficos cuando profundizas- bastante simplones. Y es que en parte, funciona lo que decía Descartes "Pienso, luego existo", pues la vida es tantas cosas que probablemente cualquier cosa que diga que es, será. La vida es la relatividad por antonomasia. 

    A menos que seas parte de un experimento de película en el que te crían hacinado y ajeno a cualquier contacto social hasta tu madurez, a lo largo de nuestras vidas vamos acumulando una serie de preceptos, ideas moralistas y principios que moldean, en parte, lo que somos. Estigmas, prejuicios, conceptos del bien y el mal. Todo viene de casa y, luego, del conocimiento que obtenemos por cuenta propia para, posteriormente, elegir qué creer. Porque sí, escogemos nuestra verdad. Incluso es un derecho.

    En el conocimiento se encuentran muchísimas ventajas, sin duda. Sin embargo me gustaría, en esta ocasión, abordar someramente algunos de los conflictos y dilemas que este también trae consigo; pues siendo realistas, no todo es color de rosas.

    Sé tanto que no sé nada.  Esta frase inmortal aborda un dilema que mientras el ser humano sea temporalmente finito, existirá como irresoluble. Es el primer problema que consideré menester reflexionar; pues bajo mi óptica, no es ignominioso desconocer todo excepto un pequeño punto en el dibujo universal de la existencia. Es como se supone que debe ser. Hay cuestiones que, yendo muy profundo, ni siquiera estamos capacitados para comprender. Más allá de esto, creo que tras este famosísimo enunciado socrático, se encuentra una de las más grande virtudes: la humildad. Misma que está -casi siempre- intrínsecamente ligada a la sabiduría. Ahora, el asunto que me atañe esta vez es el siguiente: hay cierta felicidad en la ignorancia. Esta última aseveración es debatible, por supuesto. Defiendo mi tesis con un ejemplo puntual: la ingenuidad de un niño; sin embargo, este ejemplo no funciona para sustentar el argumento por sí solo. Y es que la ignorancia te previene de obtener las herramientas necesarias para percibir lo pequeño que eres. Mientras más pequeño crees que es el mundo, menos factores debes considerar en el plano de la vida, todo se vuelve más simple, y hay felicidad en la simpleza. Ergo, mientras más conocimientos posees, suele ser más difícil encontrar la alegría. Pero esto no son más que curvas en el camino, estoy convencido que de ambas maneras se puede alcanzar ese estado de exaltación pura. Y que, para qué negarlo, ambos son igualmente genuinos.

    Por otro lado, la moralidad del conocimiento es quizás el problema con el que más dificultades estoy teniendo. En nuestra mortalidad y limitada capacidad de entendimiento, tendemos a matizar lo que vivimos y aprendemos, hasta convertirlo en un sinfín de preceptos y estigmas, lo cual no está absolutamente mal. Los prejuicios y las estigmatizaciones tienen fundamentos válidos. El error viene dado cuando estamos seguros de que los nuestros son los únicos correctos y que la vida -o nosotros mismos- se encargará de darnos la razón (la verdad nada romántica es que la vida es -entre muchas otras cosas- injusta y nada le importan los juegos de nuestra sociedad). Es difícil sortear esta problemática, pues no se trata de una deconstrucción mental per se, pero es cierto que tendemos a aceptar eventos y otras realidades que consideramos poco ortodoxas según nuestros estándares, ayudados por la creencia de que en algún momento la justicia moral nos pondrá en el lugar que merecemos. Falso.

    Intento no juzgar, por sobre todas las cosas. Inmediatamente en la secuencia, busco comprender. Leí una vez que lo mínimo que puedes hacer por alguien es intentar comprenderlo. Esto no significa que cambiaré mis principios o mis modelos de pensamiento (Comprender sin juzgar son parte inexorable de ellos... junto con una buena dosis de ambigüedad); lo que pretendo hacer en cambio, es aceptar comedidamente el hecho de que cada quien vive su vida como mejor le parece y según los preceptos que hayan aceptado como realidad o -al menos- los que les convengan para sentirse bien con lo que hacen. Pues ciertamente existe uno que otro que se autoengaña en pretextos que en su interior sabe no tienen lugar. Eso es execrable, pues basas tu vida en una mentira y sabes que lo es (muchos vivimos y moriremos equivocados en muchísimos tópicos, pero es poético considerar que pese a estar errados, no lo sabremos). Yo prefiero pensar que no sé si estoy en lo correcto, siempre dejo la duda y tal vez eso sea contraproducente, pero ese es el camino que he decidido tomar y lo sigo con certeza hasta donde sea loable. Sin imponer conceptos a nadie. Y sin dejar que me los impongan. 

    Así que, ¿Qué importa que la gente no actúe conforme tú crees que deben hacerlo? Siempre y cuando esas personas no quieran hacerte vivir como ellos creen que debes hacerlo, todo debería estar bien.

    Una cosa lleva a la otra y cuando me doy cuenta la entrada se convierte en un texto mucho más extenso de lo que tenía pensado. Quería aprovechar para contarles (aunque sin ápice de duda solo me importe a mí, pero bien por eso, mi yo del futuro disfrutará leyendo todo esto) que pronto estaré regresando para subir algún otro fragmento del mundo que estoy formando; pero previo a ello, tengo en mente empezar con algunas entradas en honor al Mundodisco, mi saga de novelas favorita. Lo haré redescubriendo a sus personajes más icónicos y lo brillante de sus personalidades. Sin más por informar, me despido.

¡Gracias por leerme!  



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