Ha pasado mucho, demasiado tiempo desde la última vez que me pasé por acá dejando nuevas. No sé a dónde se fueron los últimos casi cuatro meses, pero es un hecho que se esfumaron. Espero que ustedes, mis lectores ficticios, se encuentren de pie ante la vida. Figurativamente. Caramba, pese a que el tiempo se escapa de tus manos en un suspiro efímero, su paso es inexorable y, en todo este periodo, se sucedieron un sinfín de acontecimientos en mi vida que la sacaron de su hastiosa parsimonia habitual hasta convertirla en una montaña rusa a la que me subí expectante; disfruté el viaje pletórico, y me bajé doblemente contento: una vez por la genial experiencia y la siguiente por haberla terminado. Pues, seamos honestos, disfrutamos de los momentos intrépidos de la vida, esos que te hacen sentir más vivo que nunca, despertando tus cinco sentidos y encumbrándote como el dueño del mundo. Hay quien dirá que esos son los momentos más reales de nuestra corta existencia; pero, yo prefiero creer que la vida real es aquella que construímos y vivimos diariamente... vamos, lo cotidiano. Y es lo usual, lo diario aquello que más basamentos tiene en nuestras vidas, por tanto, no es tarea fácil insertar novedades en ella, requiere de construcción. Pero una vez insertas una nueva pieza a la estabilidad de tu cotidianidad, descubrirás que prescindir de esta nueva no será cosa fácil y aunque termines deshaciéndote de los restos, siempre quedará alguna evidencia de que alguna vez estuvo allí. Como el agujero de un clavo en la pared que otrora sirvió para colgar una bella pintura. Así funciona.
Entonces, hay fenómenos superficiales y otros con profundas raíces. Vienen en miles de presentaciones y solo con hacer ejercicio de imaginación alguno se te ocurrirá. Puede que decidas en primera instancia si quieres que sea superficial o profundo; no obstante, se trata de una decisión que no depende únicamente de ti. Aunque ese no es el rumbo que quiero tomar en esta entrada.
En este periodo tomé -al fin- mis merecidas vacaciones y partí en un viaje de corta duración. Tuve una relampagueante relación agridulce y quiero creer que descansé de mi cotidianidad. Durante este tiempo, percibí una dualidad en mi interior. Dos entidades, uno Hubert, otro Turnip. Desde entonces, vivo en una separación metafísica entre ambos entes: Quien soy y donde estoy, y quien quiero ser y adonde quiero llegar. Estoy en un limbo donde me dedico a observarme minuciosamente.
Mencionaba previamente que la cotidianidad es nuestra vida real. Es lo que creo. Pero, ¿hasta qué punto es sano cerrar la puerta a cal y canto a los albañiles constructores de esos nuevos paradigmas? ¿En qué momento se convierte en conformismo y en dónde pierdes de vista la realidad y te conviertes en un soñador sin remedio? El tiempo no deja de discurrir, cada día que pasa comprendo nuevas perspectivas y referencias acerca del funcionamiento de nuestro paso por el mundo. Del comprendimiento de nuestra propia consciencia. Hasta ahora, solo puedo decir que entiendo por qué los ancianos viven con la insana y típica queja de no tener la energía ni la juventud para aplicar los conocimientos que ahora tienen, luego de adquirirlos en todos los años aquellos donde quizá todo habría cambiado de poseer las respuestas que buscaban -mismas que persigo- y que, en lo que pareciese una revelación de providencia irónica, es un conocimiento que les es legado cuando ya no existe para ellos ningún provecho. Tal vez solo en casos de dar consejos, aunque estamos de acuerdo en que la juventud no entiende de palabras reflexivas. Y tanto mejor; perseguimos lo auténtico, experiencias genuinas, no vivir de segunda mano. Que un amigo venga a contarte que París es hermoso, no satisface tus ganas de conocerla, sino al contrario, las aumenta.
Es de esa manera que no puedo conformarme, me rehúso. Y en ocasiones (sonaré cual puberto) resiento la incomprensión de quienes me rodean. Es que, en su mayoría, me circundan figuras formadas, cauces de vida determinados, decisiones tomadas. Yo no estoy ahí. Sé lo que quiero, y necesito respuestas. Pero el tiempo pasa y voy convenciéndome de que dichas respuestas solo las obtendré con mis actos. Desprendiéndome de ambigüedades y eligiendo caminos. Veremos qué nos depara el futuro.
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