Autonomía…
independencia… libertad. Las palabras
siempre habían sido importantes para el hombre del traje. Su inclinación hacia
esas tres en concreto sugería cierto patrón. Hace un buen tiempo que se
encontraba vagando por Psychoville en sus tres personificaciones separadas o,
cuando la situación lo requería, su versión unificada. Era en esos momentos
donde la plenitud de su ‘él’ se encontraba en un único cuerpo, que cavilaba
acerca de su origen y su autonomía. Era un carácter independiente en un mundo
controlado enteramente por alguien más. Y ya puestos, sus confusos sentimientos
hacia la dueña solo complicaban aún más las cosas. Recordaba someramente sus
primeros días en la villa, cuando solo era un niño silencioso que se paseaba
por las calles desprendiendo letras. En algún momento, Psych se había
interesado en él y, sospechaba, a través de todas esas cortas y lindas
reuniones, ella construyó inconscientemente a las otras versiones del personaje
que ahora era. Ahora tenía voz. Tenía intereses y añoranzas. El hombre blanco
ayudaba, el prócer disfrutaba. El niño de las letras, sin embargo, permanecía
idéntico, inmutable. Aunque ahora tenía voz: los otros dos. El hombre del traje
descubrió su autonomía al darse cuenta que Psych podía leer a los demás, pues
todos eran parte de ella, como todo Psychoville está lleno de su creadora. Él
también lo era, podía sentirlo, pero por alguna extraña razón perdida en su
construcción, Psych no lograba leer –o controlar- las acciones de ninguna de
sus tres partes.
“¿Qué
es libertad, cuando literalmente vives en un lugar fantástico creado desde cero
por otra persona? Incluso tú eres una
más de sus pinturas. ¿Acaso es un pez
libre en una pecera solo porque decide en qué dirección nadar?” El hombre del
traje cavilaba mucho. Reflexionaba demasiado en su existencia y no había nadie
con quien hablarlo. ¿Era libre o en cambio, el conocimiento de su independencia
no era más que una prisión elegante? No es que lo entristeciese su vida, es
que, para él, mucho de sí mismo carecía de sentido. Aunque; claro está, con el
tiempo había aprendido que la lógica no era una propiedad frecuente en
Psychoville, y una vez te hacías esa idea, comenzabas a ver el encanto detrás
del mundo entero. “A veces debemos expulsar a la sensatez por nuestro propio
bien” pensaba el hombre del traje.
Conocía
al detalle las diferencias entre sus personalidades. Se preguntaba si él
existía aun estando dividido. Había mucho que Psych ignoraba de él y sus
versiones. Se aprovechaba de ello.
En
los tiempos recientes se habían sucedido varios eventos con Psych, de quien no
podía evitar sentirse ferozmente atraído, sentimiento que se acrecentaba cuando
estaba unificado. Estaba aquello ocurrido en su apartamento… más de una vez se
descubrió fantaseando mientras lo recordaba. Oh, sí...había tocado la gloria
esa noche. Y luego vino lo de la Brea, situación de la que escaparon por los
pelos.
También
estaba el asunto con los números. Psych lo había insertado gradualmente al
resto de las ‘Alter-Psych’ como él mentalmente las denominaba. Siempre le
resultó molesto que ellas todo el tiempo estuviesen mejor informadas de él que
viceversa. Pero no podía hacer mucho al respecto. Además, era en Psych que su
interés absoluto radicaba. Lo que pensara 7 de él, cuanto menos, le era
indiferente. Aunque sabía que en ocasiones las ‘Alter-Psych’ podían serle de
utilidad, por lo que intentaba llevarse bien con ellas.
Por
si fuese poco, luego del episodio de la Brea, Psych había tenido la -según el
hombre del traje- espantosa idea de traer a un cambiaformas a la villa. Como si
ya las cosas no estuviesen fuera de control. No podía engañarse respecto al
nuevo visitante, su forma lo había hipnotizado hasta casi perder la compostura
frente a Psych y el resto. Pero algo en todo el asunto le molestaba. El
personaje solía frecuentar a Psych. Tal vez que negase vehementemente que esas
visitas le molestasen, es lo que hacía tan evidente que era el motivo de su mal
humor.
Sin
embargo, no todo eran complicaciones, hacía un tiempo que había aparecido
número 4; quien, arreada por el niño de las letras, fue introducida a sus otras
dos versiones. Fue amor a primera vista… en un sentido inocente. “Al final,
todos hemos sido niños alguna vez” pensaba el hombre del traje, que se veía
enternecido por la amistad entre Cuatro y su versión pequeña y silente. Psych
no lo sabía, pero seguramente tenía mucho que ver que El niño de las letras era
la personalidad más fuerte de las tres, ocupando algo así como un 40% de su
total unificado. El hombre del traje reflexionó alguna vez sobre esa
peculiaridad, y determinó que, aunque figurativamente, tanto el Hombre Blanco
como el Prócer habían sido alguna vez El Niño de las letras, por lo que lo
llevaban dentro suyo, aunque estuviesen separados. Mientras que el niño, al no
haber crecido jamás –de nuevo, figurativamente- era un ser más absoluto que el
resto.
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