Cuando leemos un libro, dicen, en verdad estamos accediendo a la mente de su escritor. No es una idea despreciable; siendo que, por supuesto, todo parte desde el ingenio del autor. No obstante, hemos visto miles de casos en que la obra se separa de los ideales de su progenitor. Sí, podemos evaluar muchas de las razones por las cuales esto último acaba sucediendo, sin embargo, no es un caso de desaprensión el que vengo a exponer, sino lo contrario.
¿Alguna vez han escuchado hablar a uno de esos pseudo-intelectualoides que con mucha pomposidad indican que una lectura, un curso o una licenciatura les cambió la vida? Y mientras que es perfectamente loable que así haya sido, son aquellas ínfulas de superioridad las que desmotivan una charla que seguramente sea unidireccional, puesto que el intelectual muy probablemente no esté escuchando, sino proyectando lo que piensa de ti a través de lo que dices, y al mismo tiempo formulándose una respuesta que no debe ser vista objetivamente como un contrargumento al tuyo, sino como una respuesta llena de florituras que dejen o hagan notar que su persona es de una escala superior.
Esta vez ese aborrecible espécimen seré yo.
“Juro, por mi vida y por mi amor a ella, que nunca viviré por nadie, ni le pediré a nadie que viva por mí.”
Empezar con un juramento en cursiva funciona como un buen elemento de inmersión. Por cierto es que en cada análisis o crítica de una obra escrita y audiovisual se encontrarán con técnicas de este estilo. En este caso, la cita es aquella que más poder o relieve tiene en la obra en cuestión, que para aquellos que reconozcan su procedencia, no puedo más que envidiarlos por el tiempo en que disfrutaron de tan formidable lectura, haberla tenido antes que yo; y además, haberle dado el espacio para digerirla debidamente. Si ya has leído La Rebelión de Atlas, eres de los míos. Si no, ¿a qué esperas?
Este colosal libro nos representa, desde el principio, una empresa digna de enfrentar. Sus más de mil trescientas páginas lucen amenazantes frente a nuestros ojos. Pero en su defensa (como si su longitud fuese alguna clase de delito), la velocidad narrativa y la verosimilitud del mundo desde los ojos de nuestros protagonistas, hacen de la lectura un deleite atemporal, pasarás horas y páginas antes que des cuenta que hay que apagar la luz y alcanzar a dormir algo porque hay que trabajar en dos horas. Inclusive donde la literatura se vuelve densa y de carga filosófica, estarás tan inmerso en la situación que todo cuanto sea mostrado ingresará en tu mente con la peligrosa vertiginosidad de todo aquello que te haga cambiar de paradigmas. Tan fuerte es, y tan peligroso, porque sus ideas son potentes, y requiere de compensación temporal, como dije, para digerirlas y poder sopesar todo este crudo y atractivo objetivismo que nos presenta Ayn Rand.
La representación y la carga simbólica del título, es una demostración más de lo minuciosamente elaborada que está la obra y su mundo entero. Dagny Taggart es, con diferencia, la representación literaria de lo que debería ser una baza del feminismo moderno. Uno de los mejores personajes que he tenido el placer de conocer. Y por supuesto, mencionar al tozudo Hank Rearden y su metal, un personaje con unos preceptos morales tan estáticos como dignos, escenario mental que funge para mostrarnos que a veces nuestros ideales, aunque correctos, pueden ser erróneamente evaluados inclusive por su portador en cuestión. Luego, y casi desde el principio, nos presentan a Francisco D'Anconia y pensamos que es la representación del superhombre de Nietzche. Una figura superior en todos lo sentidos. Y aunque lo es, pasados los primeros dos tercios del libro, pierde peso (no por decadencia ni estancamiento) ante la ominosa y deslumbrante figura del hombre que se propuso detener el motor del mundo, y lo logró.
Lo que nos presentan acá, es una gran idea. Una idea tan bien explicada y desarrollada que se convirtió en una corriente de pensamiento para las masas. O si no para las masas, para todo aquel capaz de afrontar y vencer la empresa de leer este libro. Soy partidario de que hay fuerza en la concisión, pero una gran idea, algo que pueda cambiar tu forma de ver el mundo, no puedes esperar obtenerlo o reconocerlo en una cuartilla de texto. Las grandes ideas necesitan espacio y desarrollo. Incluso, las ideas pequeñas también, porque ellas no son más que fragmentos de sus padres escatológicos.
Así es que, todo y nada dicho, y siendo el aborrecible intelectualoide que mencionaba, he de concluir esta entrada con una atorrante pero significativa invitación:
"Tienes que leer La Rebelión de Atlas, te cambiará la vida o, al menos, desbalanceará muchas de las creencias que el mundo mismo te ha impuesto".
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